Uno no sabe traducir
Traducción: Manu López Gaseni
Han intentado enseñarme la traslación, o sea a hacer traducciones, ayer y anteayer en las playas de Gasteiz. O acaso haya sido yo el que ha intentado enseñar a los traductores cómo trasladarse a los inicios del texto, a su origen, a la sima de la infancia. Nos hemos adentrado descalzos y libres en los cuentos, y cada una de las frases nos impedía ver el bosque, aquello que se oculta al cabo de un gerundio mal traducido. Pero el traductor no puede cejar en su empeño, se siente apremiado a trasladar las palabras a los gustos y los sonidos de otra lengua, con más ternura que impetuosidad, con una paciencia inefable. Yo he ensayado la autotraducción con dolor de verbo, y los traductores, por su parte, la exo-traducción. Por los dos caminos hemos llegado todos a Roma, aunque no al Vaticano. El Vaticano, en esta licencia, equivaldría a la perfección, esa quimera azul. Así que no hemos llegado al Vaticano, claro, ni falta que hace. Lo que me han hecho comprender estos compañeros es que en otra lengua se puede amar o vivir exactamente igual, si la palabra original se reproduce de forma apropiada, y si se hace de forma aún más apropiada, mejor. Las flores han sido para mí, pero a cada uno de ellos le corresponde una del ramo. Ahí van, las más rojas de todas.