Escalas de un viaje inacabado (Traducir del gallego al euskera)
Bego Montorio

Lea el artículo en formato PDF

En primer lugar quisiera agradecer a la Asociación de Traductores Gallegos su invitación a participar en este Simposio, así como la cordial acogida que me han brindado los colegas con los que he tenido el placer de compartir esta breve pero intensa estancia en Vigo. Gracias a ellos y gracias también a todos ustedes por acudir a esta conferencia que espero resulte de su interés.

Paso a continuación a centrarme en el tema que nos reúne, y por una vez —sin que sirva de precedente— comenzaré por el título.

Quizás alguien se haya sorprendido por el comentario, pero me gustaría explicar que mi práctica traductora me ha demostrado que, salvo contadísimas excepciones, el título de una obra literaria es prácticamente lo último que hay que traducir. En ocasiones, incluso llega a convertirse en un problema de difícil resolución, en el que intervienen multitud de factores lingüísticos, extralingüísticos, condicionantes comerciales... De hecho, la traducción de títulos daría para más de una exposición, pero no he venido a hablar de ello, aunque quizás esta tarde tenga ocasión de contarles los problemas que tuve a la hora de traducir un título aparentemente tan sencillo como Arraianos.

Les decía por tanto que en primer lugar quería comentar algo sobre el título de esta exposición: «Escalas de un viaje inacabado».

No negaré que mi deseo ha sido que la formulación resulte abierta, sugerente; pero no tanto por un afán literario como por mi incapacidad para resumir en una línea las múltiples cuestiones, reflexiones, hipótesis, posibles análisis... que se pueden plantear a la hora de abordar un tema tan poliédrico como el de la traducción de la literatura gallega al euskera.

Podríamos enfocarlo desde el punto de vista de la recepción de esa literatura. ¿Qué visión de la literatura gallega tienen los lectores en euskera? ¿Por qué se ha traducido lo que se ha traducido y no otras obras, otros autores? ¿En qué medida han influido —si lo han hecho— esas obras gallegas vertidas al euskera en el desarrollo de la propia literatura vasca?

También podríamos centrar nuestra atención en una visión más histórico-cuantitativa y analizar qué espacio ocupa la traducción desde el gallego en el conjunto de la literatura vertida al euskera; y en sentido contrario, qué relevancia tiene la traducción al euskera de los autores gallegos en el marco de su difusión a otras lenguas.

Cabría también un enfoque más lingüístico, incluso un esbozo de estilística comparada, tomando como base el corpus existente...

De hecho, ése fue justamente el primer obstáculo con el que me encontré al preparar esta intervención: había demasiadas cosas de las que hablar, demasiados interrogantes para los que yo carezco de respuesta, demasiadas reflexiones que aún no he madurado. Así que decidí traspasar la cuestión a una dimensión más asequible a mis limitadas capacidades y organizar mi exposición en torno a un viaje, un viaje que aún no ha llegado a término, el viaje en el que me embarcó hace años la lengua gallega y que desde mi Bilbao natal me ha llevado a la isla de Boa Vista pasando por las sierras gallegas.

Intentaré al mismo tiempo ofrecerles una visión, siempre subjetiva, del paisaje que ha rodeado mi viaje: ¿qué se traduce al euskera desde el gallego? ¿Se trata de acciones aisladas o se percibe una línea de continuidad? ¿Cómo se relacionan nuestras lenguas minorizadas?

Comienza el viaje

Curiosamente, mi primera relación con la literatura gallega fue a través de una obra fundamentalmente gráfica, Cousas da vida de Castelao.

En mis años de instituto, por supuesto, había estudiado a Rosalía de Castro (desgraciadamente eso es lo que hacíamos en la mayoría de los casos, «estudiar a», no leerlos ni disfrutarlos); pero los libros de texto y los propios profesores se encargaban muy bien de obviar que Rosalía también escribió en gallego, que existía una cultura gallega. A todos los efectos, para nosotros, Rosalía era tan española como el que más. (A los más jóvenes de entre ustedes quizás les suene a ciencia ficción, pero aún recuerdo a una profesora de lengua y literatura que en contra de toda evidencia científica —incluso en contra de lo que decía el propio libro de texto— se empeñaba en convencernos de que el euskera era un dialecto del castellano).

Gallegos eran algunos vecinos, alguna compañera, el tendero de la esquina... Entre ellos hablaban gallego, igual que parte de mi familia hablaba euskera; pero lo que estudiábamos en clase no tenía nada que ver con aquella realidad. Los gallegos existían, la literatura gallega no.

Fue en esos años de instituto cuando mi padre me descubrió a Castelao. Le gustaba mucho la pintura y el dibujo, y admiraba a Castelao, su obra gráfica, su capacidad de reflejar sentimientos con dos líneas depuradas, por lo que en casa había alguna recopilación de sus Cousas da vida. Fue así como leí mis primeras frases en gallego. No siempre las entendía, pero en el peor de los casos ahí estaba el dibujo; no era poco.

Gracias también a mi padre pude saber algo más sobre la figura de Castelao, el grupo Nos... Pero he de reconocer que la literatura gallega continuaba siendo para mí algo más bien lejano, cuyas referencias me llegaban siempre del pasado.

Algunos años más tarde, cuando ya me dedicaba profesionalmente a la traducción (en aquel momento era traductora en la Diputación Foral de Guipúzcoa) volví a encontrarme con Castelao, en este caso con su obra más política, pues me propusieron traducir una antología de Sempre en Galiza (1986): fue mi primera traducción desde el gallego.

Para aquel entonces yo ya tenía claro que lo que quería era traducir literatura (cada vez me ahogaba más entre ordenanzas y licencias municipales), pero aún no había dado ese paso. La literatura en gallego, sin embargo, había dejado de ser para mí algo lejano y remoto. Gracias a las traducciones que iban apareciendo en las revistas literarias de la época y a la sana costumbre de algunos amigos de traerse siempre unos cuantos libros para repartir entre los colegas cada vez que hacían un viaje a Galicia (sana costumbre que seguimos practicando y que me ha proporcionado no pocos e inesperados placeres) fui conociendo a algunos escritores gallegos: Blanco-Amor, Fole, Manuel María...

Y entonces me propusieron tomar parte en un proyecto para verter parte de la obra de Alfonso Ruiz Castelao al euskera. El proyecto se plasmó en cuatro volúmenes que recogían las obras Ollo de vidrio (Kristalezko begia) y Retrincos (Zirtzilak) traducidos por Koldo Izagirre, Os dous de sempre (Betiko biak) y Cousas (Gauzak) de la mano de Ramon Etxezarreta y una antología de Sempre en Galiza (Beti Galizan) de la que me encargué yo misma.

Aquella traducción supuso un hito en mi recorrido profesional (y por ende, también en el personal). Fue mi primera traducción de cierta enjundia, exceptuando las administrativas, y me permitió colaborar con grandes personas, además de buenos escritores y traductores, tanto los ya citados Izagirre y Etxezarreta como el resto de los componentes de la editorial Susa.

Mi siguiente traducción del gallego fue ya una obra literaria, el cuento O militante fantasía del libro Arraianos de Xose Luís Mendez Ferrín.

Una buena revista siempre acompaña

Pero detengámonos un momento, situémonos en el viaje.

No sé ustedes, pero yo tengo la costumbre de llevar siempre algo de lectura en la mochila cuando subo a un tren o a un autobús, sobre todo si el trayecto es más bien largo; un libro quizás, o mejor, una revista. Por ejemplo, una revista literaria.

El último número de la revista Pott (Pott tropikala) fue el que me acompañó en un viaje a Holanda hace ya unos cuantos años, a comienzos de los 80, y aún recuerdo perfectamente la sorpresa que causó entre algunos de mis acompañantes. El pasaje lo componíamos gente de diferentes sitios de la península y nos esperaban quince días de vacaciones juntos y casi dos días de autobús antes de llegar a Holanda, así que en una de ésas yo saqué mi revista y me puse a leer. ¡Huy!, qué buena pinta tiene eso, ¿qué revista es? ¿Cómo? ¿En euskera? ¿En euskera publicáis cosas así? Ellos eran de Madrid, de Guadalajara, y no sé qué imagen tendrían de la cultura vasca, pero quizás por primera vez en su vida sintieron envidia de algo producido en una lengua minorizada. No entendían los textos, pero les hubiera gustado poder hacerlo. Y preguntaron. ¿Quién escribe? ¿De qué va? ¿Hacéis más revistas cómo ésa?

En ese ejemplar en concreto no había ninguna traducción del gallego (sí en cambio textos de Octavio Paz o Adelbert Von Chamisso vertidos a nuestra lengua), pero resulta innegable que las revistas literarias han jugado un papel muy importante en la difusión de la literatura gallega en euskera.

No sé si en Galicia vivieron una situación similar, pero en el País Vasco la década de los 80 y principios de los 90 fue testigo de una gran efervescencia de revistas literarias. En comparación con el panorama actual en el que prácticamente no existe ninguna (quizás tendríamos que hablar de algunas actividades y proyectos en la red que, en parte, cubren el mismo espacio), resulta realmente sorprendente comprobar que en 1984 se publicaron 30 números de 13 revistas diferentes; 11 cabeceras y 26 números en el 85...

En ocasiones se trató de publicaciones bastante efímeras, que desaparecieron tras dar a la luz escasos dos números, pero otras se mantuvieron vivas durante más de una década y hay algunas, como Maiatz, creada en Bayona en 1982, que aún se mantienen en el mercado.

No es éste el lugar adecuado para realizar un análisis en profundidad del papel que jugaron esas revistas tanto en el desarrollo de la literatura vasca como en la vida cultural de nuestro país, pero baste decir que prácticamente todos los grandes escritores actuales en lengua vasca han publicado en varias de esas revistas, cuando no han sido ellos mismos los impulsores (ése es el caso de Bernardo Atxaga, Itxaro Borda, Koldo Izagirre y Ramon Saizarbitoria, entre otros).

Así pues, mientras la publicación de libros en euskera iba creciendo y normalizándose poco a poco tras los oscuros años de la dictadura, las revistas literarias ofrecían su escaparate a todos aquellos jóvenes y no tan jóvenes que tenían algo que decir y necesitaban cauces de expresión.

Pero si nos ceñimos al tema que nos reúne, el de la literatura gallega vertida al euskera, las revistas literarias ocupan un lugar aun más relevante. ¿Sabían ustedes que (salvo error por mi parte) la única poesía de Rosalía de Castro traducida al euskera se publicó en 1964 en la Revista Olerti? ¿O que autores como Alvarez Caccamo, Wenceslao Fernández Flores o Manuel María, sólo han sido publicados —en euskera— en revistas? Así vieron la luz poemas de los citados Álvarez Caccamo, Manuel María, Celso Emilio Ferreiro, García Matos, Antón Reixa, Xosé Sesto Lopez, y también cuentos de Cunqueiro, Fernández Flores, Méndez Ferrín y Neira Vilas.

(Felizmente, hoy en día es posible acceder a esas revistas gracias al proyecto Ibiñagabeitia desarrollado por la editorial Susa[1]).

Pero si observamos con más detenimiento, si nos fijamos con más atención en los detalles de ese paisaje que les estoy describiendo, podremos descubrir datos aun más interesantes.

Situémonos, estamos hablando de una población de más o menos 600.000 personas que, según los censos, conoce el euskera. (Tal vez sean 800.000, no lo sé, hasta conseguir este dato resulta prácticamente imposible). De entre ellos ¿cuántos calculan ustedes que pueden leer literatura?, ¿y poesía? Nos adentramos de lleno en el espacio de los números pequeños. Y lo digo para que valoren ustedes en su justa medida los datos que les ofrezco. Quizás en otras circunstancias, en otras culturas, con otros idiomas, el que haya una veintena de poemas publicados en tal o cual lengua resulte del todo irrelevante, pero no creo que sea ése nuestro caso. Insisto en lo de los números pequeños porque las estadísticas no pueden leerse de igual manera en todos los casos; cuando la población de referencia es de, pongamos 15 (libros traducidos al año), el que un libro se publique o no supone una variación del 6%, si la población base fuera 15.000, el porcentaje sería prácticamente desechable.

Nos referimos por tanto a un reducido público receptor. Un público que, además, siente un marcado recelo hacia las traducciones. ¿Injustificado? Quizás en parte sí y en parte no. Los problemas propios del euskera (tardía unificación en los años 60, prohibición durante el franquismo, limitada tradición escrita...), unidos a la inexistencia de una práctica traductora generalizada y continuada, condicionaban sustancialmente la calidad de las traducciones. Pero también hay que tener en cuenta las limitaciones que los propios lectores aportaban. Los textos que se publicaban en euskera no eran muchos y los lectores no estaban acostumbrados a leer traducciones. Se desconfiaba de las traducciones al euskera, al tiempo que se consumían como si de originales se trataran las traducciones a lenguas como el castellano o el francés. Para completar el círculo vicioso, las editoriales, conscientes de lo difícil que resultaba conseguir que una traducción se vendiera bien, eran muy cautas en su publicación. Y como bien podrán imaginar, obras procedentes de la cultura anglosajona y otras más prestigiadas copaban prácticamente los escasos títulos publicados.

Tal como ha demostrado la práctica, también en nuestro país, a medida que se ha ido traduciendo más y se han ido forjando traductores literarios profesionales o semi-profesionales, el nivel de las traducciones ha ido mejorando, y hoy en día, prácticamente todos los escritores en euskera reconocen que al igual que los traductores se alimentan de la producción de los escritores, ellos por su parte beben también de los textos vertidos al euskera. El círculo vicioso, en cierta medida, se ha roto, pero no me atrevo a afirmar que los lectores en general hayan superado ese reparo hacia la traducción.

Pero volvamos a los ochenta. A las revistas literarias. A los poemas y cuentos gallegos. ¿Quién los traducía? Fijémonos en los créditos, merece la pena.

En la mayoría de los casos se trata de escritores, especialmente poetas. Y en este punto, la labor de Gabriel Aresti merece una atención especial.

Hemos de retroceder un poco, pues Aresti murió en 1975, cuando apenas contaba 42 años, pero me atrevería a decir que ese cariño hacia la literatura gallega, ese esfuerzo por darla a conocer a nuestros conciudadanos que se puede percibir en los movimientos y personalidades que sustentaron aquellas activas revistas literarias debe mucho a la obra previa de Gabriel Aresti.

Aresti, conocido fundamentalmente por su obra poética, fue, además de muchas otras cosas, un magnífico traductor, que nos legó perlas como la traducción al euskera de las Divinas Palabras de Ramón del Valle-Inclán (Jainkoaren hitzak), o el Boccaccioren dekamerone tipi bat basado en el Decamerón de Bocaccio. Pues bien, en las obras completas de Gabriel Aresti publicadas por la Editorial Susa, podemos encontrar, en la recopilación de sus traducciones, todo un apartado dedicado a las obras traducidas desde el gallego, donde descubrimos poesías de Manuel Curros Enríquez y Valentín Paz-Andrade, así como los seis poemas gallegos de García Lorca, fragmentos del Nos de Castelao y O catecismo labrego de Fray Marcos da Portela.

Siguiendo esta línea iniciada por Aresti, podemos comprobar que muchas de las traducciones de obras gallegas (especialmente poesía) vienen firmadas por poetas-escritores como Iñigo Aranbarri, Itxaro Borda, Koldo Izagirre, Joseba Sarrionandia...

Y hay otro dato que creo que merece la pena subrayar, el hecho de que se publicaran traducciones de literatura gallega en revistas surgidas a lo largo y ancho de toda Euskal Herria, y cuando digo Euskal Herria me refiero al país en el que se habla euskera (por encima o por debajo de delimitaciones políticas o administrativas). Manuel María fue publicado por la revista Maiatz, creada en 1982 en Bayona (la Bayona vasca, no la que ustedes tienen a muy pocos kilómetros), pero a Celso Emilio lo tradujeron en Kandela, que se publicó en Vitoria-Gasteiz en 1983-84...

Cada quien podrá sacar sus propias conclusiones, pero a mí todo esto me lleva a pensar que los actores de la cultura vasca (escritores, activistas literarios, grupos y tertulias...) conocían y respetaban la literatura gallega, la sentían parte de su propio acerbo, y además de forma bastante generalizada, pues no se trata de un fenómeno circunscrito a determinadas editoriales o grupos literarios.

Volvamos ahora a mi viaje inconcluso. Con ese paisaje de fondo, en 1993, la revista Susa publicó mi primera traducción literaria desde el gallego, la versión al euskera del cuento O militante fantasia de Xose Luis Mendez Ferrín.

Territorios fronterizos

Les confesaré que al teclear en el ordenador la fecha 1993 me llevé un pequeño susto. ¡Hace ya más de 10 años! Como podrán imaginar, de la traducción en sí, del proceso de traducción, no me acuerdo demasiado, pero hay sensaciones que aún no se han borrado de mi memoria. No recuerdo exactamente quién hizo llegar a mis manos Arraianos, o si lo compré yo en algunas vacaciones, pero creo que salvo caso de amnesia jamás olvidaré la impresión que me causó, el placer con que lo leí. Y no sólo yo. Más de una vez he hablado de ese libro con amigos que lo habían leído, lo he recomendado, y si he se ser sincera, en más de una sobremesa más o menos bien regada he/hemos comentado, deseado, anhelado... «¡si es que escribiendo cuentos, hay pocos como los gallegos!...»

Traduje aquel cuento por el placer de hacerlo, porque quería que mis amigos que no leían en gallego pudieran disfrutar, siquiera fuera con una narración, de la literatura de Méndez Ferrín. Lo traduje en mi tiempo libre, gratis et amore, como hacían todos los colaboradores de las revistas literarias. El poco dinero que se obtenía con la venta se dedicaba en exclusiva a los gastos materiales de la edición. El resto del trabajo, desde la concepción al diseño, pasando por la redacción y en ocasiones hasta la distribución, era aportación voluntaria; si quieren, llámenlo militancia.

Y en parte es por eso por lo que hay publicadas bastantes poesías, cuentos... y pocas novelas, pocas recopilaciones. El tiempo libre es un bien escaso, y plantearse traducir en ratos libres una novela que quizás nadie publique... digamos como poco que no está al alcance de todos.

(Y aun así, hay editoriales como Igela, gracias a la cual podemos leer literatura negra en euskera, que durante años han publicado traducciones a costa de que los traductores —en muchos casos implicados ellos mismos en el proyecto editorial— no cobraran su trabajo. Las cosas van cambiando, pero no me atrevería a asegurar que nos encontremos en una situación «normalizada». Prueba de ello es la siguiente observación que podemos leer en la introducción del «Informe sobre la situación del traductor de libros en España 1995-2001» encargado por ACE:

«De Galicia y País Vasco no se cuenta con representación de respuestas válidas puesto que, como ya se constató en la Encuesta de 1996 y ahora se ha confirmado, en estas Comunidades los traductores de libros no centran su trabajo en el mercado editorial, sino que, en su práctica totalidad, trabajan contratados por otras instancias (instituciones públicas, medios de comunicación...) o traducen con subvenciones, públicas o privadas, de sus respectivas Comunidades Autónomas.»

Como pueden ver, tenemos más de un punto en común, y no todos positivos.

Pero volvamos a Arraianos. Tendrán que perdonarme si en ocasiones me pierdo en los meandros de este viaje, pero no puedo resistirme a comentar el paisaje.

En 1998 Arraianos se convirtió en Mugaldeko Jendea de mano de la editorial Elkarlanean. Para entonces, además de O militante fantasia se habían publicado ya otros dos cuentos de Méndez Ferrín traducidos al euskera: Noticias da terra Meoga: un achegamento a Tolkien (Ttu-ttua 1984) y Mantis religiosa (Hegats 1991-5).

De la traducción del libro tendremos oportunidad de hablar esta tarde, por lo que no voy a detenerme en ello, pero sí quiero retener que esta escala del viaje nos sitúa en un terreno fronterizo, en una de esas zonas donde Galicia y Portugal se confunden, se aúnan.

Así, siguiendo el curso del río Limia me adentré en Tras-os-Montes y allí encontré a Miguel Torga. Y entonces empecé a dejar de saber a qué lado de la raya me encontraba. ¿Dónde estaba la raya? ¿Qué raya? Aunque sea una imagen quizás demasiado manida, siempre he pensado que los idiomas no establecen fronteras sino que las abren, y en parte por ello me he dedicado a la traducción, para contribuir a establecer puentes que hagan más cómodo ese tránsito.

La literatura gallega por tanto, me llevó a la portuguesa, y les diré que resultaba bastante más fácil el viaje virtual que el físico. Aún recuerdo mi primer recorrido en coche por Tras-os-Montes: la amortiguación de nuestro pobre 850 no sobrevivió a la travesía. Menos mal que los viajes literarios no se cobraban tales peajes.

Poco a poco fui conociendo algo de la literatura portuguesa, la contemporánea, y sorteando las dificultades para conseguir libros publicados en Portugal (actualmente internet facilita bastante las cosas, ¡¡pero siempre están los gastos de envío!!, para eso sí que hay fronteras), empecé a leer también a escritores africanos en lengua portuguesa.

¿Quién habla de fronteras? Las Éstorias de dentro de casa de Germano Almeida me resultan tan cercanas como mi propia vecina, la prosa de Mia Couto me emociona tanto como la de mis escritores vascos preferidos, el dolor de Paulina Chiziane me atraviesa. Y escriben en África, en islas y territorios lejanos que sólo aparecen en la televisión con motivo de alguna guerra, hambruna o desastre natural.

Pero éste es un viaje con idas y venidas, donde se vuelve a estaciones en las que ya nos hemos detenido, donde los paisajes pasados no siempre quedan atrás. Así que seguí leyendo y traduciendo literatura gallega, y seguí alegrándome con las nuevas traducciones al euskera que se iban publicando. Por ejemplo, Dos arquivos do trasno, de Rafael Dieste (1993), o Xente de aquí e acolá de Álvaro Cunquiero (1996). Este último, además, se publicó dentro de la colección Literatura Unibertsala, que impulsada por EIZIE y financiada por el Gobierno Vasco ha promovido la traducción y publicado más de cien obras de la literatura universal[2].

En el ámbito de la poesía merecen especial mención la traducción de Os Eidos de Uxio Novoneyra, publicada en 1988 por la editorial Pamiela, la Antología de poesía que reúne textos de Gabriel Aresti, Salvador Espriu y Celso Emilio Ferreiro publicada por Erein en 1988, y la recopilación Poemas náufragos - Galegoz heldutako poemak, realizada por Joseba Sarrionandia y que reúne textos de Manoel Antonio, Luís Amado Carballo, Alvaro Cunqueiro, Aquilino Iglesia Alveriño, Luis Pimente, Luis Seoane, Celso Emilio Ferreiro y Manuel María. También he de recordar una publicación singular, el poemario De catro a catro de Manoel Antonio, publicado en versión bilingüe en el barrio de Trintxerpe, con motivo de una acto conmemorativo.

Enseguida continuaremos viaje hacia la próxima escala, que por hoy será la última, pero antes quiero hacer una pequeña aclaración. Durante toda mi intervención me estoy refiriendo a la literatura gallega que los vascohablantes pueden leer en su lengua, la cual no quiere decir que ésa sea toda literatura gallega que está a su alcance. No creo que exista una sola persona que lea únicamente en euskera. Conozco muchas que leen sólo en castellano porque no conocen más lenguas, y también otras que a pesar de saber, por ejemplo, euskera y castellano, sólo leen en castellano; pero no conozco absolutamente a nadie que no haya leído más literatura que la publicada en euskera. Que Suso de Toro no esté traducido al euskera no quiere decir, por tanto, que los lectores vascohablantes no lo conozcan.

Una estación en miniatura

Hemos llegado a la última estación, al último puerto, y el paisaje ha cambiado por completo. Estamos rodeados de osos, conejos, ratoncitos y todo tipo de animales, animales que hablan, cantan, sueñan... Estamos en el territorio de la literatura infantil, y también aquí nos encontramos con literatura gallega traducida al euskera

He de confesar que hasta hace escasos tres años no me había interesado especialmente por la literatura infantil y juvenil. Había traducido alguna obra, pero no era lectora habitual ni seguidora de ese tipo de literatura; para mí era un territorio bastante ajeno. Pero circunstancias personales (dos hijas que todavía no saben leer) me han llevado a adentrarme un poco más en ese poblado mundo de la edición para niños y adolescentes, y así he podido comprobar que son otros los parámetros que rigen el mundo editorial dirigido a los más jóvenes. Para empezar, a diferencia de lo que sucede en otros ámbitos literarios, aquí la traducción no está tan estigmatizada. Es más, los padres y madres (que son quienes compran los libros) habitualmente no reparan en cuál es la lengua original de la obra, se basan en otras variables para decidir qué libro comprarán y cuál no.

Además, la proporción de libros en euskera es mucho mayor que la que se da en literatura para adultos, lo que inevitablemente obliga a recurrir a la traducción. (Si alguno de ustedes está especialmente interesado en este tema, les recomiendo que lean la tesis doctoral del traductor y escritor Manu López Gaseni sobre la literatura infantil y juvenil traducida al euskera).

Según los datos que ofrece este autor en la citada tesis, el 3% de las obras traducidas durante el periodo estudiado (1876-1995) tienen como lengua de origen el gallego (28,5% castellano, 17,3% inglés, 14,4% catalán, 11,8% francés, 9% alemán, 3,6% italiano), pero es muy posible que en los últimos años ese porcentaje haya aumentado.

Y ya que estoy hablando de cifras y estadísticas, no quiero dejar pasar la ocasión sin comentar lo difícil que resulta obtener datos fiables sobre obras traducidas. En la mayoría de los catálogos, listados e incluso bases de datos bibliográficos, no se recoge la lengua original, y desgraciadamente hay muy pocos trabajos de investigación que hayan avanzado algo más en este campo. Yo al menos, he tenido que recurrir a diversas y variadas fuentes (entre ellas mi propia memoria y la de algunos amigos) para establecer un catálogo más o menos fiables de las obras literarias traducidas del gallego al euskera. Pero en lo referente a la literatura infantil y juvenil he renunciado al intento: no dispongo ni de los medios ni del tiempo necesario. Espero que pronto las nuevas generaciones de licenciados en traducción vayan llenando estas lagunas.

No obstante, y a pesar de carecer de datos exactos, sí que me gustaría hacer algunos comentarios.

Como les decía, en literatura infantil-juvenil (especialmente en la destinada a los más pequeños) las traducciones son legión, pero por lo que yo he podido comprobar sería injusto meterlas todas en el mismo saco. Un somero análisis de los productos que ofrece el mercado (repito que se trata de una percepción y no de una conclusión basada en datos científicos) deja claro que aquí sí que podemos establecer un límite, una frontera. Por una parte nos encontramos con multitud de subproductos, en ocasiones parte del llamado merchandaising de las grandes factorías como Disney, que parecen responder más a necesidades comerciales que a una verdadera política editorial (plazos de salida al mercado, etc.). Con frecuencia, se trata de traducciones inadecuadas, poco cuidadas, que al menos a mí consiguen sacarme de mis casillas. (¡Es tan desagradable encontrarse con una frase imposible de leer con naturalidad cuando estás contando un cuento a un niño!). En este mismo apartado incluiría algunos libros infantiles, de ésos con muy muy poco texto, que en ocasiones se reduce a una breve frase bajo la fotografía o el dibujos de algún animal; pues bien, les aseguro que más de una vez me he preguntado cómo es posible reunir en tan poco espacio tantos desatinos (expresiones forzadas, traducciones claramente literales, registros inapropiados...). Casualmente, en muchos de estos libros ni siquiera se menciona al traductor. Que cada cual saque sus consecuencias.

Me preocupa mucho que materiales de ese tipo sigan proliferando, sobre todo por la nefasta influencia que tienen en el aprendizaje de los niños (tengan en cuenta que en el País Vasco hay muchos padres y madres que no saben euskera pero que desean que sus hijos e hijas se escolaricen en esa lengua, y son ellos los que compran los libros, sin saber realmente qué dicen o cómo lo dicen). Pero, ciertamente, creo que cada vez suponen un porcentaje menor en el conjunto de la producción.

Entre el resto de traducciones, que prácticamente todas las editoriales publican, nos encontramos material muy variado y traducciones realmente buenas. Y es en este apartado donde volvemos a encontrarnos con nombres gallegos: Paco Martín, Marilar Aleixandre, Fina Casaldarrey, Agustín Fernández Paz, Maria Victoria Moreno, Xesús Pisón... Aun sin contar con un listado exhaustivo, da la impresión de que en este ámbito sí que se ha establecido una relación más o menos estable entre las editoriales que publican en euskera y los escritores gallegos. Ejemplo de ello es la iniciativa «Argitaletxe Elkartuak» (no sé cómo la llaman en castellano o en gallego): se trata de una plataforma de colaboración que reúne a seis editoriales (aragonesa, asturiana, catalana, gallega, valenciana y vasca) que publican obras de autores de sus países traducidos a las otras lenguas (creo que de forma simultánea).

Y para concluir esta intervención, les voy a contar un cuento, o casi. Les contaré una anécdota que al mismo tiempo es ejemplo de las buenas prácticas que se llevan a cabo en este ámbito. Y que conste que se trata de un botón de muestra, no de la excepción que confirma la regla.

Supongo que muchos de ustedes conocerán la editorial Kalandraka, cuya sede está a muy pocos kilómetros de aquí, en Pontevedra. Bien, pues esa editorial publica simultáneamente en gallego, catalán, español y euskera (no sé si también en otros idiomas) y además se trata de ediciones muy muy cuidadas desde todos los puntos de vista. Así que un buen día compré con mi hija uno de sus libros y por la noche empecé a leérselo. Era la historia de un conejito que se encontraba con un macho cabrío que le echaba de su casa.

El texto en euskera era un placer para el oído, plagado de juegos de sonoridades y trabalenguas. Pero hubo algo que me llamó poderosamente la atención: a lo largo del cuento había un juego de palabras que se repetía continuamente en múltiples variaciones:

Aker adar okerra / aker oker alperra / adar okerreko akerra / akerraren adar okerrak baino okerragoa...

Akerrak adarrak okerrak ditu (literalmente: el macho cabrío tiene los cuernos torcidos) es uno de esos trabalenguas que se enseña a los niños desde chiquitines, algo que yo consideraba intrínsecamente unido al euskera y sólo al euskera. ¿Cómo había llegado a aquello el traductor? ¿La imagen era la misma en gallego? Era evidente que la labor del traductor había dado su fruto (no en vano el autor de la versión era Koldo Izagirre), pero quería saber qué recorrido había realizado.

Así que hablé con mi librera y le encargué que me consiguiera el original gallego. Tardó su tiempo (aún sigue siendo difícil), pero llegó. Y entonces vi que en el original no se trataba de un macho cabrío sino de una cabra (felizmente el dibujo no lo explicitaba y había posibilitado el trasvase), era a cabra cabresa, a cabra caburra que me salta encima e me *espaturra. A cabra cabraza, que me salta encima e me esmagaza, a cabra cabralla, que me salta encima e me escangalla...

Y así llegamos por hoy al final de mi viaje; inconcluso, como les decía al inicio, pues si bien aún desconozco cual será la próxima escala, estoy segura de que la habrá.

Bego Montorio Uribarren
Vigo - Febrero de 2005


Notas

1. El proyecto Ibiñagabeitia pretende crear un archivo recopilatorio on-line lo más completo posible de las revistas literarias vascas. Los primeros pasos los dio la Editorial Susa en junio de 2000, y poco después, en 2001, colgaron en la red la producción completa, digitalizada, de 16 revistas literarias publicadas entre 1975-2000. El acceso es totalmente gratuito.

De esta manera se pretende poner al alcance del público en general un material que en ocasiones es difícil de conseguir, incluso en las bibliotecas, y que por otra parte refleja muchos de los debates literarios y corrientes que han alimentado nuestra actual literatura. Si bien las primeras recopilaciones se hicieron con la producción posterior a 1975, más tarde se han ido incluyendo otras revistas de fechas anteriores. Actualmente el archivo recoge los diferentes números de 29 revistas literarias, cuya decana es Gernika, que se publicó entre 1945-1953, y la más reciente Vladimir (1997-98). En total, se recogen obras de más de 1000 autores, un tercio de las cuales han sido traducidas al euskera desde otras lenguas.

El proyecto ha sido en parte financiado por algunas instituciones vascas (Departamento de Cultura Gobierno Vasco, Departamento de Cultura de las Diputaciones de Bizkaia y Gipuzkoa).

2. Este proyecto, sobre el que pueden informarse más concretamente en la página web de la Asociación de traductores en lengua vasca-EIZIE (www.eizie.org), ha contribuido notablemente a aumentar el corpus de literatura universal vertida al euskera, al tiempo que ha garantizado condiciones de trabajo y remuneraciones dignas para los traductores de la colección.