La traducción literaria de lenguas minoritarias a las de mayor difusión
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Buenos días, señoras y señores. Antes de empezar mi charla propiamente dicha quisiera leerles algunos párrafos del manifiesto o llamamiento de un escritor mansi o vogul. Ustedes, seguramente, no sabrán qué significa el término mansi, pero ya se lo explicaré después. Este manifiesto dice lo siguiente:
Señores, gobernantes, líderes: escúchenme los que tienen oídos, compréndanme los entendedores. Ahora, cuando me ocupo exclusivamente de un asunto, he comprendido que nos toca morir no solamente en lo físico, sino también en lo espiritual. A esta hora, siendo ingenuo, como la gente nórdica por lo general, creía que los pueblos pequeños podrían sobrevivir por lo menos espiritualmente, pues el alma no depende del número de hombres y mujeres que componen un pueblo. ¿Podría ser que el alma y la energía artística de un pequeño pueblo que canta y narra dependieran de la cantidad?, ¿que tuviera menos valor para la humanidad? ¿No es posible que en los pueblos pequeños haya unos valores inestimables, perdidos para siempre por los grandes? Por ejemplo, la memoria histórica, las tradiciones, los recuerdos elaborados durante milenios. ¿Puede enumerarse todo lo que está ya acumulado en el Hombre, en esa gran computadora de la naturaleza? Porque los que se van tienen algo que decir. El capricho de la historia y del destino los ha llevado al norte, a las montañas; y más allá de las montañas, más allá de los pantanos, más allá de las grandes aguas encerradas en el hielo, en este refrigerador natural de la tierra, hemos guardado en nuestra lengua, en nuestra cultura, la sabiduría de civilizaciones ancestrales. ¡Quién sabe si los pequeños pueblos de las regiones árticas, de las montañas inaccesibles, de las misteriosas islas de los océanos, cascajos de civilizaciones ancestrales, hayan sobrevivido como recordatorio para los grandes pueblos de que si a ellos les tocara un destino similar, serían más comprensivos con nosotros! ¡Hijos de los grandes pueblos, cuán sordos estáis! Embriagados con la grandeza, no escucháis ni los ruegos, ni las súplicas ni los llantos de los pequeños. ¡Qué lástima!
El asunto de hoy es, para mí, la fundación de la revista Sterj, órgano de los pueblos finoungríos, la edición del periódico Beli zhurable, que quiere decir grulla blanca, la edición de libros escritos por los escritores e investigadores de los pueblos pequeños, para que sus palabras profundas e inspiradas no resulten un tesoro tan sólo para sus pueblos. Lo poco que de todo eso se publica se hace lejos, la mayoría de las veces en el extranjero. Se podrían publicar muchos libros de enorme valor, pero se dice que no hay papel; las imprentas no nos pertenecen; los comunistas, que despertaron la esperanza de un florecimiento espiritual, han reconocido su impotencia; los demás, según parece, siguen alegres con su business. Los asuntos de los pequeños, sus manifestaciones, les parecerán probablemente una bagatela, aun cuando la salvación del alma consiste en ayudar al más débil. ¿Será posible que ya no haya nadie en esta bella tierra que quiera la inspiración, la humanidad del "homo sapiens"? ¿Será posible que haya llegado ya el fin del alma y de la naturaleza? Les pido por última vez: escúchenme, ayúdennos."
Este llamamiento, que no he leído íntegramente, lo firmó el escritor mansi Yuvan Shestalov, en Budapest, el 17 de junio de este año. El mismo escritor escribió una carta a Gorbachov hace tres años y recibió escasa respuesta. Los mansi pertenecen al grupo de los pueblos fino-ugrios, de entre los cuales el húngaro es el idioma mayor, es decir, el idioma que cuenta con mayor número de hablantes —los húngaros somos unos quince millones: diez millones dentro del país actual y el resto, uno de cada tres húngaros, fuera de nuestras fronteras. La minoría húngara es la minoría mayor de Europa. Además de los húngaros, ustedes sabrán que los finlandeses y los estonios pertenecen al mismo grupo lingüístico y que hay varios pueblos pequeños, varias etnias que viven en el territorio de la Unión Soviética, entre ellos los mansi, que hoy en día son tan sólo con unas 7.000 personas, de las cuales solamente la mitad habla su propio idioma mientras que los demás adoptaron el ruso. Entre ellos hay una única persona que sabe tocar el instrumento tradicional de cuerda. Su promedio de vida es de más o menos 47 años; la mitad de la población padece tuberculosis, y tísis; su salario medio mensual es de 26 rublos, mientras que, por ejemplo, los mineros petrolíferos rusos que trabajan en su territorio ganan 1.000 rublos al mes. Sé perfectamente que el título de mi conferencia es la traducción de las literaturas de lenguas de pequeña difusión a las de mayor difusión, pero cuando uno quiere hablar de traducción y de literatura, tiene que hablar de los pueblos y tiene que pensar también en ellos. Porque si un pueblo se extingue, no habrá ya nadie que utilice su idioma y que haga literatura o traducciones en él.
Después de este tono más bien emotivo, quisiera ser más objetiva en la parte que viene a continuación. En primer lugar, tendríamos que definir qué es un idioma de pequeña difusión; por qué hay que traducir de esos idiomas; qué es lo que hay que traducir y cómo hay que traducir de estos idiomas. Éstas son las cuestiones fundamentales.
Idiomas de pequeña difusión. Definición.
Como digo, ¿cuáles son los idiomas de pequeña difusión? Ciertamente hay definiciones oficiales de la UNESCO y de la ONU; pero, en cierta medida, podemos considerar como idiomas de pequeña difusión ciertos idiomas que en su propio país o en su propio Estado no lo son. El caso del vasco queda muy claro, porque es un idioma minoritario dentro de un Estado donde hay una lengua mayoritaria y otras lenguas más o menos minoritarias, pero habladas por más personas que el vasco. Pero en Europa también pueden considerarse lenguas de pequeña difusión el chino o el árabe, porque hay muy pocas personas que hablen dichos idiomas en nuestro continente. Y saliendo de Europa, el francés, por ejemplo, que es una lengua mayoritaria, ha sido y, en cierto sentido, sigue siendo, minoritario en el Canadá, aunque ya en Quebec se ha alcanzado un bilingüismo completo, lo cual es muy saludable.
También tenemos que diferenciar entre los idiomas de pequeña difusión aquellos que, aun poseyendo un Estado propio, están en minoría en otros países, como es el caso del húngaro en Rumanía, en Eslovaquia, en Yugoslavia y en la Ucrania subcarpática; y también aquellos otros idiomas que, aun contando con numerosos hablantes nativos, son muy poco hablados fuera de sus propios ámbitos lingüísticos.
Después de estas consideraciones que yo les dejo a ustedes, porque no soy tan teórica como nos reprochó ayer nuestra colega catalana, aunque creo que son preguntas sobre las que merece la pena reflexionar, y que es preciso examinar y esclarecer los distintos casos, vamos a ver por qué se considera necesario traducir de los idiomas de pequeña difusión.
Por qué traducir desde idiomas de pequeña difusión
La respuesta parece obvia: porque hay poca gente que puede leer el original, es decir, que pueda entender dichos idiomas; por ello es necesario traducir. Pero, por supuesto, vale la pena traducir solamente si estos idiomas —ahora me refiero a la literatura— tienen algo que decir. Si tienen una literatura, entonces evidentemente vale la pena traducir de estos idiomas.
Aquí también tenemos que hacer una pequeña consideración. Así, hay pueblos que poseen un folklore riquísimo pero poca literatura escrita. Por supuesto, esta situación puede cambiar con el curso del tiempo; por ejemplo, ayer fue mencionado el caso del macedonio, que ha tenido un folklore grande y rico y en los decenios recientes ha desarrollado una excelente poesía, una poesía rica, mientras que, en lo que a narrativa se refiere, la primera novela escrita en macedonio fue publicada tan sólo hace cuarenta años; el primer soneto en macedonio, fue escrito por un poeta más o menos de mi edad, que además cursó estudios en Hungría y traduce mucho del húngaro. Por esto, ellos son verdaderos pioneros de su literatura en varios terrenos.
Esta primavera hemos tenido un coloquio en el castillo de Budmerice, en Eslovaquia, sobre la novela de Europa Central, y allí hubo gente que dudó de la existencia de Europa Central en primer lugar, de la novela de Europa Central en segundo, e incluso hubo una novelista italiana, muy buena además —publica en varios países y yo he leído su novela después—, quien, un poco ofendida, decía que agradecía mucho la invitación, pero que, como escritora italiana, ella no tenía mucho que ver con un pueblo como el de los macedonios, que han publicado su primera novela hace solamente cuarenta años. Por supuesto hay desfases así en cuanto a la utilización de ciertos géneros entre los pequeños pueblos. Pero ésta no puede ser considerada como una diferencia de valor.
Un compatriota mío, que es un traductor excelente y un escritor notable, y que ahora es el presidente de la República Húngara, ha escrito un ensayo en el que sostiene que la novela histórica húngara es tan actual como el "nouveau roman" francés. No hay una diferencia de valor entre las distintas fases y, no obstante, estas distintas fases de las literaturas nacionales pueden influir en el conocimiento que de éstas se tiene en el extranjero. Ahí tenemos el ejemplo de la narrativa latinoamericana, que tanto éxito tiene en el extranjero. Los escritores latinoamericanos, atacaron, por así decirlo, un género que es muy propio para ser leído y para ser traducido a otros idiomas; un género moderno. Al mismo tiempo, hay pueblos en la Asia soviética que todavía escriben cantares épicos, epopeyas, que pueden ser preciosos por sus muchos valores poéticos, pero que naturalmente no van a ser leídos por tanta gente como una novela de García Márquez.
Y un poco éste es el caso de nuestra literatura —lo digo entre paréntesis—, en la que, hasta tiempos recientes, el género predominante ha sido la poesía. La poesía se traduce más difícilmente que la narrativa —esto es normal— y también la leen menos personas que una novela. Si nuestros grandes poetas de mediados del presente siglo o de los últimos decenios, en vez de largos poemas con ciertas características épicas, hubieran escrito novelas del mismo nivel, nuestra literatura podría ser más conocida y reconocida en el extranjero. Pero esto es pedir peras al olmo; ellos han escrito lo que les gustaba y aquello para lo que tenían talento. No obstante, por ponerles un ejemplo, el gran poeta inglés Auden ha dicho al respecto de uno de esos largos poemas de Ferenc Juhász, un gran poeta húngaro contemporáneo, que "es uno de los más grandes poemas que se han escrito en mi época". Lo hace constar Auden. ¿Cómo lo sabe él? Por supuesto, a través de una traducción del húngaro al inglés, porque el húngaro lo leen en el original muy pocas personas. Y así, quizá valga la pena hablar también, de una manera más general, de por qué hay que traducir de los pequeños idiomas.
La importancia de la traducción literaria
En varias ocasiones se ha mencionado aquí a Goethe. Fue él quien introdujo en el mundo de las letras el concepto de Weltliteratur, de literatura mundial, y quien dijo, hace casi 200 años que ahora estamos en el período de la literatura mundial, de la literatura universal, y tenemos que hacer todo lo posible para que este período se realice de la mejor manera posible. Un gran poeta y excelente ensayista húngaro, Mihály Babits, ha escrito toda una historia de la literatura europea y, aunque ha restringido los límites de la literatura universal prácticamente a lo europeo, e incluso ha sido algo reticente con la literatura española, declara, no obstante, que incluso un pequeño pueblo, un pueblo perdido puede producir a veces una grandeza mundial, y que, además, la literatura universal se manifiesta a través de las literaturas nacionales. No existe una literatura supranacional, una literatura internacional, sino literaturas que se escriben en un idioma dado, y en un contexto cultural dado. No obstante, ciertas obras pueden traspasar las fronteras de lo nacional. Pero también estas obras se arraigan en lo nacional y también en las demás obras de esta literatura que quizá no tienen tanto interés para el mundo.
Pero también uno puede observar fenómenos en el sentido contrario. Un escritor de entre ustedes, Bernardo Atxaga, a quien he podido leer en español su novela Obabakoak, que yo considero una novela excelente, dice al final que, aunque los escritores vascos hayan comenzado su carrera de escritor con muy poca maleta espiritual, con pocas obras escritas en el idioma en que ellos pretenden escribir, toda la literatura mundial está ya a su disposición, y tienen una herencia cultural universal; todo lo que se haya escrito en el mundo, sea en chino, o en árabe, o en cualquier idioma de Europa, es una herencia común de los escritores vascos y de todos. Esta es la otra cara de este fenómeno. Hoy en día hemos presenciado que nuevas literaturas nacionales, nuevas naciones, han entrado en este curso de literatura universal. Si ustedes piensan en el proceso literario desde la Edad Clásica, desde la antigüedad de Europa, conocemos a los griegos, a los autores latinos; después, en la Europa medieval hubo una literatura considerable en latín y, con el nacimiento de las literaturas en las lenguas vernáculas, se han creado en los distintos idiomas nacionales las que se consideran grandes literaturas: la francesa, la italiana, la inglesa, la alemana y, más tarde, prácticamente no hace mucho más de cien años, la literatura rusa, que irrumpió en la literatura mundial con Pushkin, pero sobre todo con los grandes narradores, Tolstoi, Dostoievsky, Turgueniev y Chejov; más tarde, ya prácticamente en este siglo o a finales del siglo pasado, las literaturas escandinavas entraron también en escena, empezando por Ibsen; ahora, en los años 60 y sobre todo 70, hemos sido testigos oculares de la conquista de este terreno por la literatura latinoamericana, sobre todo por la narrativa.
Así pues, no existen constantes tampoco en la literatura, en el sentido de que un pueblo que hasta ahora no haya producido unas grandezas universales, puede crear una literatura o varias obras de rango universal, ello siempre que tenga la posibilidad, reúna las condiciones precisas y sobreviva. Ahora bien, una obra literaria puede tener el mismo valor tanto si está traducida como si no, pero si no está traducida a otros idiomas, entonces sólo podrán apreciar su valor los lectores del propio pueblo. Siempre habrá casos así, incluso con los mejores traductores, con los mejores traductólogos, pues ciertas obras se prestan más a la traducción que otras. Por ejemplo, nosotros los húngaros apreciamos extremadamente a un poeta húngaro del siglo pasado, János Arany. Es muy poco traducible; se puede por supuesto traducir, pero entonces no se ve tanto su grandeza. Hay otros casos: por ejemplo, otro gran poeta nuestro de principios de siglo, Endre Ady, que es un gran poeta y a quien yo también traté de verter al español, por supuesto con un poeta cuyo idioma materno era el español; con Andre Ady, pues, tenemos la experiencia de que, al ser su inspiración además del húngaro, el simbolismo francés y la cultura francesa, "no se rinde", como se dice en francés. En francés suena como si fuera un simbolista de segundo orden y no lo es; es un auténtico gran poeta. En inglés es aún peor, no se ve en absoluto su grandeza; en alemán es mucho mejor y también puede ser traducido mejor a los idiomas de los pueblos vecinos de los húngaros: esto se debe a razones históricas y culturales, porque hay ciertas obras de hálito universal donde uno no tiene que conocer mucho las circunstancias históricas que las rodean. Pero en el caso de ciertos escritores, la vecindad, las experiencias comunes, una historia común, incluso aun cuando en algunos períodos haya sido una historia hostil entre dichos pueblos, permiten que se entienda mejor su obra. Por poner un ejemplo, nuestro escritor Endre Ady se tradujo también al servocroata, al eslovaco, al rumano, y los que conocen las traducciones realizadas en estos idiomas dicen que se ve su autenticidad y su grandeza poética mucho mejor que en francés, por ejemplo.
Ahora bien, al hablar de la importancia de la traducción de la literatura de los pueblos pequeños, quisiera hacerles recordar algunos casos especiales. Por ejemplo, en el siglo pasado, un pastor protestante finlandés recolectó los cantares épicos de los finlandeses en Karialá, que hoy pertenece a la Unión Soviética, e hizo un gran ciclo épico con el título de Kalevala. La Kalevala ha sido la fuente de renovación espiritual e incluso civil del pueblo finlandés, que ha vivido durante seis siglos bajo dominación sueca y un siglo y medio bajo dominación rusa. De la Kalevala se han hecho traducciones en varios lugares del mundo: en húngaro tenemos hasta cinco versiones íntegras distintas, y eso que se trata de un libro voluminoso. Esto es más o menos natural, porque el húngaro y el finlandés son idiomas afines y para los traductores de la Kalevala esto ha sido un ejercicio de estilo, como dijo nuestro colega Konstantinovic´. Ha sido traducida también a otros idiomas, quizá con menos éxito, pero una traducción puede ejercer también influencias bastante curiosas. ¿Se acuerdan ustedes de Longfellow, el poeta americano del siglo pasado que hizo una epopeya sobre los indios aborígenes de América latina, la Hyawatha? En ella, los indios hablan con el ritmo de la Kalevala finlandesa. Él utiliza la misma versificación autóctona de los pueblos fino-ugrios, pero quizá no sin razón, pues ha podido haber fenómenos similares en la poesía de los indios de América del Norte. No obstante, resulta extraño, cuando uno lee la Hyawatha comprobar que la gente habla en el ritmo de la Kalevala finlandesa.
Hay otros casos también en que la traducción de una obra puede influenciar al escritor mismo o al traductor, pero también puede jugar un papel muy importante en el desarrollo de la literatura nacional. Como Rudi Muller ha dicho, en el comienzo de toda literatura nacional hay una traducción o traducciones. Esta afirmación es muy justa en el caso de la literatura húngara; el primer poema escrito en húngaro que ha llegado hasta nuestros días, que por cierto se encontró en Bélgica, en la encuadernación de un códice medieval, es la lamentación de María; se trata concretamente de una traducción libre, poética, de un planctus medieval de Geoffroi de Breteuil, francés, y uno, al ver el texto húngaro, puede suponer que antes de este texto poético se habían escrito más poesías en húngaro, aunque no se hayan conservado hasta nuestros días. Entonces, aquí vemos cómo en la literatura de un idioma aislado como el húngaro, la traducción desempeñó un papel muy importante desde el primer momento.
También se ha hablado aquí de la problemática de escribir en un idioma que no sea el propio. Bien, como ustedes recuerdan, en la Edad Media y más aún en el Renacimiento, el latín era el vehículo de la literatura en toda Europa. Nosotros tenemos un gran poeta humanista, Janus Pannonius, que estudió en la Italia de la época, en Padua concretamente, y escribió en latín. Nosotros, por supuesto, lo consideramos húngaro, aunque no escribió ni una palabra en húngaro, ni nada suyo nos ha quedado escrito en húngaro.
Por supuesto, estos son casos muy concretos en la historia de la literatura; pero, para continuar con el papel de la traducción, quisiera mencionar al primer gran poeta que escribió en nuestra lengua vernácula, que es Bálint Balassi, del siglo XVI. Este autor no hizo traducciones en el sentido actual del término, pero sus poemas siempre llevan en vez del título un exergo o lema que dice ad notam, sobre la melodía de, y entonces cita a veces una canción alemana, o turca, rumana, polaca, italiana, etc. Este autor conoció siete o nueve idiomas, viajó mucho, no solamente por Hungría sino también por los países cercanos, y utilizó los ritmos y las formas de versificación de los pueblos vecinos. En el siglo XVII tenemos otro caso interesante: una gran epopeya barroca de un escritor húngaro, Miklós Zrínyi, que describe la lucha contra la dominación turca. El sitio de Sziget —el nombre de la fortaleza— se tradujo al croata casi inmediatamente después de escribirlo Miklós Zrínyi en húngaro, y fue precisamente su hermano quien lo tradujo. Los Zrínyi pertenecían a una familia aristocrática de la época, mixta, como tantas familias de la Europa Central. Hablaban indistintamente húngaro y croata, y es una coincidencia muy interesante y aleccionadora para nosotros el que, de los dos hermanos, uno haya escrito una epopeya en húngaro y el otro la haya traducido al croata. También vale la pena añadir a esta historia el hecho de que el poeta Zrínyi fue muerto por un jabalí en una cacería, pero durante mucho tiempo se dijo que el jabalí era un agente de los Habsburgo. Su hermano, el que tradujo la epopeya al croata, fue decapitado por los Habsburgo con motivo de una conspiración contra ellos.
Experiencias de traducción poética
Recapitulando un poco, hemos visto, pues, que la traducción literaria en nuestra literatura ha tenido un papel muy importante hasta nuestros días. Hay unos rasgos y unos fenómenos singulares, que quizá para los centroeuropeos son conocidos, pero que quizás no lo sean tanto para los españoles, o para los vascos. Yo pregunté ayer aquí cuánto se paga por la traducción poética, por un verso, y me dijeron que nada, porque no se encargan en España traducciones poéticas, se publica muy poco de poesía traducida y, si se publica, entonces se paga igual que una página de prosa. En nuestra práctica de traductores esto suena muy raro, porque en Hungría y en otros países de Europa Central prevalece la práctica de la traducción que nosotros llamamos fiel a la forma original; lo que quiere decir que, en el caso de una poesía, nosotros mantenemos la misma forma de versificación que en el original: si en éste hay un soneto, lo traducimos como soneto, con el mismo sistema de rimas; si se trata de un hexámetro, traducimos un hexámetro; si se trata de un haiku tratamos de hacer un haiku húngaro; si es una tercina, como es el caso de la Divina Comedia de Dante, entonces se traducen centenares de tercinas. Y es que nuestro idioma es muy flexible, muy idóneo para hacer casi todas las formas de versificación; y además de las formas que nosotros consideramos propias de la Europa Occidental y formas clásicas, tenemos también formas de versificación autóctonas.
Yo sé que esta práctica no existe en España, pero nosotros hemos tratado de forzar a los poetas extranjeros a que traduzcan nuestra poesía de la misma manera, y de estas tentativas han nacido algunas cosas interesantes. Por ejemplo, en Francia, la editora "Seuil" publicó una antología de poesía húngara en el año 1962; las versiones poéticas se deben a una pléyade de excelentes poetas franceses. El impulsor de esta antología fue un húngaro que vivía en Francia, Lászlo Gara, quien hizo una auténtica hazaña, consistente en, por ejemplo, que la primera estrofa de un poema épico del mencionado János Arany se tradujo al francés en veintidós versiones distintas, por otros tantos poetas franceses. O también, de un poema de otro poeta del siglo pasado, Vörös Marty, se hicieron quince versiones distintas. Hasta logró que Segners publicara un homenaje de poetas franceses a Attila József, un gran poeta nuestro que se suicidó en el 37. Los mejores poetas franceses le rindieron tributo traduciendo algunos de sus poemas. Esta experiencia de traducir de esta manera fue muy comentada, ya que en Francia no estaba de moda, como tampoco lo está ahora, pero sin embargo les resultó interesante: incluso alguno de ellos, como Paul Chaulot hablaba de una influencia húngara latente en su propia poesía. En la práctica francesa de traducción hay distintos tipos, o distintos procesos de traducción; no obstante, con esta experiencia no solamente hemos ganado nosotros, sino también los propios poetas franceses.
Yo, personalmente, y otros poetas húngaros que hemos trabajado con gente de habla hispana también tratamos de obligarles a utilizar el mismo procedimiento y, de veras, a nosotros nos gusta más tener una versión de una poesía húngara que suene igual incluso en español, o en francés o en alemán. Sin embargo, ahora, después de traducir unos quince mil versos del húngaro al español, debo confesar que dudo de este método, porque el lector de habla hispana no conoce el original. Nosotros, cuando vemos un texto en una traducción, siempre escuchamos detrás el original, queremos ver la traducción como una copia fiel del original; sin embargo al lector nativo no le interesa cómo es el original porque nunca va a leerlo. El lector quiere una traducción que le dé información sobre el original y que sea además "digerible" en su propio idioma. Pero aquí hemos de preguntarnos también si la traducción debe insertarse exactamente en los moldes de un idioma, o si tenemos que guardar algunas de las características de lo ajeno. Yo considero que sí, pero es cierto que ambos procedimientos tienen sus seguidores. Si un traductor adapta exactamente a los moldes de su idioma una poesía o cualquier otro texto de una lengua extranjera, entonces no merece mucho la pena traducirlo, pues va a utilizar los mismos recursos que él y los lectores ya conocen. La traducción sirve para enriquecer el idioma en el que se traduce. Sirve por supuesto también para la "egoteca" de un escritor y de una nación —este término viene de un poeta cubano que dijo que tiene su "egoteca" con todo lo que él ha publicado y lo que de él han escrito; cada uno de nosotros tiene su "egoteca", o quisiera tenerla, pues nos halaga mucho el vernos traducidos a tal o cual idioma—, pero es igualmente importante que esta traducción enriquezca el idioma al que se traduce. En el caso de los vascos quizás no valdría la pena tomarse la molestia de traducir así del español al vasco, ya que prácticamente todos son bilingües y pueden leerlo todo en español. Ciertamente, valdría la pena en la medida en que el idioma vasco y los recursos que posee vayan a enriquecerse por esa vía.
Hemos hablado ya de por qué merece la pena traducir de las pequeñas literaturas; he sido bastante ecléctica y he hablado de los métodos de traducción, pero aquí cabe una consideración muy importante. Ustedes, los vascos, son autotraductores; nosotros, los húngaros, no lo somos; pero, en la mayoría de los casos, las traducciones, y sobre todo las traducciones poéticas, nacen de la simbiosis de dos traductores: uno es un húngaro que domina o maneja más o menos el idioma en que verter, y el otro es un poeta del otro idioma; en el caso de mi antología de la poesía húngara, que me llevó siete años de trabajo, hice primero una selección, porque ya en la selección uno tiene que pensar en el idioma en que va a ser traducida la obra. Efectivamente, hay cosas que para nosotros son importantes, pero que quizá no sean tan interesantes para otra gente. Después yo hago una traducción literal, lo más fiel posible, con variantes, con sinónimos. Yo siempre pongo ahí el texto original también y apunto el sistema de rimas, el ritmo, o los recursos estilísticos que pueden expresarse también en el otro idioma; resalto éstos, y, si hay ya versiones del mismo poema en otros idiomas también los añado. Y luego viene el trabajo del cotraductor: éste hace una versión sobre la base de mi traducción, y luego viene la discusión, pues yo y los que trabajamos con el mismo método tratamos de rectificarles, de obligarles, aunque no hasta el punto que lo hicieron los serbios con Rade, quienes decían que "agua" no suena como "voda".
Pero, aun así, solemos entrar en detalles muy minuciosos: por ejemplo, yo he tenido la suerte de trabajar con Virgilio Piñera, un gran escritor cubano fallecido en el 79, quien había caído en desgracia en Cuba y por ello no le publicaron sus propias obras durante muchos años. Vivía de la traducción y tenía su norma: debía traducir seis páginas diarias y, en el caso de un texto difícil, como el de La tragedia del hombre, del húngaro Imre Madách, traducía cuatro páginas diarias en verso. Sobre todo versos blancos, pero aun y todo. Virgilio Piñera hizo una versión de La tragedia del hombre, y no pudo responsabilizarse de la fidelidad al texto húngaro, sino solamente al texto francés. Después, estando yo en La Habana empezamos a trabajar juntos. Yo le dije sencillamente que consideraba su traducción excelente y después le sugerí algunas modificaciones. Eso no le gustó al principio, pero después prácticamente las aceptó todas. Por ejemplo, en la tragedia, en la escena de Bizancio, hay una expresión que dice "la gran meretriz". Virgilio, en vez de "meretriz" había puesto "la gran prostituta"; yo argüí que había que poner "meretriz" porque viene de la expresión latina magna meretrix, que se refiere a la Iglesia, y al final logré convencerle. Cuando uno hace una traducción así, en equipo, por lo general discute detalles extremadamente minuciosos, y a veces logra convencer al cotraductor y otras veces no.
Ciertamente, lo ideal sería que los traductores conozcan el idioma original y puedan traducir de él. Pero hoy en día esto es imposible en el caso de los idiomas de pequeña difusión, y además existe un gran mercado editorial en nuestros países y un plan "central", por así decirlo, para cubrir las lagunas de la traducción de la literatura mundial al húngaro. Antes de la Segunda Guerra Mundial hubo algunos grandes escritores que conocían uno, dos, hasta tres idiomas; traducían lo que les gustaba, en el sentido de las "afinidades electivas". Pero ahora, cuando hay un mercado, una empresa, un comercio editorial, la editora decide traducir tal o cual cosa, tiene una fecha límite y entonces hay que trabajar sobre la base de traducciones literales. Podemos estar en contra de las traducciones literales, pero es cierto que a veces surgen traducciones excelentes en ambos sentidos. Por ejemplo, se ha mencionado aquí ya varias veces las "bellas infieles". Hablando una vez con Nicolás Guillén, me dijo que las traducciones son como las mujeres: hay unas que son bellas, y otras que son fieles. Le dije que este es un concepto bastante rudimentario en cuanto a las traducciones, y en cuanto a las mujeres igual, porque las hay que son feas e infieles a la vez; las cosas pueden combinarse de otras maneras, y le dije que, por ejemplo, las mejores traducciones de sus obras en húngaro son las de Sándor Weöres, quien no habla ni una palabra de español y tampoco de otros idiomas —bueno, conocía algo el alemán—, pero era un poeta genial. Sin embargo, hizo unas versiones magníficas, desde Mallarmé hasta Nicolás Guillén, del libro de las canciones chino, etc. Siempre hay excepciones y lo que importa, a fin de cuentas, es el talento.
Ya hemos hablado de los métodos de traducción en los pequeños idiomas, de lo que hay que traducir y también de por qué hay que hacerlo. Quisiera citarles, no obstante, algunos ejemplos más. El poeta inglés Ted Hugues tradujo a un poeta húngaro contemporáneo, János Pilinzsky. Lo hizo con un poeta húngaro afincado en Inglaterra, János Tsokits, y en el prefacio para este tomo de poesía él escribe muy honestamente lo que no todos los poetas se permiten: que las traducciones literales de Jánosz Tsokits, en muchos casos, han sido tan buenas que se quedaron intactas, y él considera que las traducciones de Pilinzsky pertenecen tanto a él como al que hizo las llamadas traducciones literales. También afirmaba que si él hubiera tenido el coraje, en muchos casos hubiera impreso sencillamente la traducción literal, pues ésta queda más cerca del espíritu de esta poesía. Por supuesto, esto no es aplicable a todo poeta ni a toda obra literaria, pero es una indicación muy importante.
Quisiera citar ahora otro ejemplo, aunque en el sentido inverso. Un excelente traductor húngaro, cuyo nombre no diré, hizo unas traducciones literales de unos poemas; dichas traducciones llegaron al conocimiento del poeta extranjero, quien opinó que estaban bien y que se podían imprimir tal y como estaban, sin cambiar nada. El editor preguntó al traductor húngaro si deseaba que su nombre figurara también al lado del autor extranjero y el traductor respondió que no, de forma que las traducciones se publicaron con el nombre del poeta extranjero, sin mencionar para nada al húngaro. Estos son casos contrarios y distintos y no tienen tanta importancia; lo importante es que la traducción sea hecha de una manera que la gente pueda leerla.
Ahora bien, antes de terminar y antes de pedirles que me hagan preguntas, si las hay, quisiera también hacer notar que aquí hemos hablado mucho de los pequeños idiomas, y ha habido muchas resonancias... Un poeta húngaro de Transilvania, Sándor Kányádi, hizo un pequeño poema que yo incluí en la antología de literatura húngara que apareció en cuatro idiomas, y que dice más o menos así, en una traducción improvisada: "se fundan clubes, asociaciones y hasta academias que unen sus esfuerzos para salvar algún que otro árbol, flor, hasta algún insecto en vías de extinción. Sería bueno pertenecer a la familia de aquellos árboles, hierbas, y hasta insectos". Gracias.